Han pasado 25 años, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Aquella negra bajada hacia el Vicente Calderón daba miedo. Mis compañeros periodistas y yo lo habíamos comentado más de una vez. Teníamos que acercarnos juntos y sin ningún distintivo de la Real -a los campos nunca los llevamos cuando vamos a trabajar- que nos distinguiera. Era una zona oscura, fría y muy poco recomendable para transitar en solitario. Aquel día, además, el ambiente era malo, raro, extraño. Ya por la mañana, por la zona de la Plaza Mayor de Madrid y alrededores se respiraba un tufillo envenenado.
Dos semanas antes, en Anoeta, se había disputado el partido de ida. Era eliminatoria europea. Entonces se produjeron algunos incidentes sin mayor importancia, pero el ‘Frente Atlético’ juró venganza. Por eso todo lo que pasó aquel fatídico 8 de diciembre de 1998 no fue casualidad. El ataque a cualquier seguidor txuri urdin estaba perfectamente preparado. El autobús de la Peña Izar -un fuerte abrazo a todas-, en el que viajaba Aitor Zabaleta con su novia, ya comprobó al llegar que no estaba el tema para bromas. La policía les desvió varias veces de trayecto y no les dejó pisar el centro de Madrid. Al final les llevaron directamente al Vicente Calderón, aquel siniestro sitio con la M-30 junto al campo, en donde les dejaron.
Lo que pasó después está contado muchas veces, pero no siempre con la verdad en la mano. Sí. Poco antes del partido, Aitor Zabaleta preguntó a un policía en dónde podían tomar algo en un sitio seguro. Y les mandó justo al peor. ¿Por qué?, me pregunto yo. Sin saberlo, Aitor y las que le acompañaban, incluida su novia, y todas ellas miembros de la Peña Izar, se metieron en la boca del lobo. En el bar al que les mandaron empezaron a comprobar que no estaban en el sitio correcto, ya que llevaban bufandas y otros estandartes de la Real. Enseguida decidieron irse de allí. Pero no les dio tiempo. Al salir vieron venir hacia ellos a un grupo de ultras del Atlético. No tuvieron tiempo. Bueno sí. Aitor podía haber salido corriendo y ponerse a salvo, pero prefirió quedarse para proteger a su novia y a una madre que estaba con su hijo. Sí. Un niño, pero les dio igual. Sin mediar palabra, Aitor se vio rodeado por los ultras y en pocos segundos tenía una cuchillada mortal en su cuerpo. La ‘venganza’ de los innombrables se había consumado. Ya tenían lo que querían. Aitor, por casualidad, había sido el elegido.
Cuando nosotros íbamos a entrar al campo, dos horas antes del partido, vimos cómo una ambulancia del Samur, intentaba reanimar a una persona y a los pocos segundos se la llevaba. Enseguida nos llegó la noticia. Un seguidor de la Real había sido acuchillado. Luego nos enteramos de que estaba muy grave y más tarde que se trataba de Aitor Zabaleta. Lo que ocurrió luego en aquel patético campo fue incontable. Mientras Aitor se desangraba en un hospital, a nadie se le ocurrió suspender el partido. Pero es que el choque contra el Atlético, fue un auténtico akelarre contra los vascos. Nosotros teníamos nuestro sitio prácticamente entre los socios del Atlético y lo único que recibimos fue muestras de alegría. Miles y miles de personas, y no hablo solo de los ultras, prácticamente todo el campo, incluyendo señores con corbata y señoras de buen vestir, saltando y gritando a los cuatro vientos ‘puto vasco el que no vote’, mientras se daban la vuelta para mirarnos entre risas… No recuerdo que los que ahora levantan la voz porque a Vinicius le insultan, dijeran nada, ni pusiera el grito en el cielo. Qué va…
Ese día en el campo pasamos miedo, no sabíamos que iba a ser de nosotros si por un casual -a nuestros jugadores les contaron lo sucedido al acabar el partido- si a la Real se le ocurría ganar aquella eliminatoria. Y si no lo hicieron fue porque, una vez más, no les dejaron. Cvitanovic marcó un gol en una jugada anulada por fuera de juego inexistente. Con ese gol no hubiera habido ni prórroga ni derrota realista. Es triste, pero casi fue mejor así, porque de ganar la Real, aquello hubiera acabado peor.
Pero el resultado esa vez fue lo de menos. Aquel día todos nos preguntamos si tenía sentido esto del fútbol y, aunque teníamos la esperanza de que al menos se hiciera justicia con los asesinos, más adelante comprobamos que tampoco fue así. Aitor fue asesinado por un preso de permiso que, por ello mismo, estaba en la calle bajo responsabilidad del estado. Su asesinato estaba premeditado y le tocó al bueno de Aitor como le podía tocar a cualquier otro seguidor de nuestra querida Real. Seis años de cárcel y a la calle… en fin.
Y digo el bueno de Aitor porque tuve el gusto de conocerle. Creo recordar que la última vez que le vi fue en el hotel Plaza de Armas de Sevilla, antes de un partido de la Real. Estuve hablando con el en los salones de recepción y su mensaje era siempre el mismo. «Pedro, vosotros, los periodistas de San Sebastián y Gipuzkoa, tenéis que ayudar siempre a la Real, con vuestras críticas claro, pero siempre constructivas. Si vosotros no habláis bien de nuestro equipo, nadie lo va a hacer. Vosotros tenéis mucha influencia en la gente y todo lo que escribáis tiene que ser para bien de nuestra Real». Más o menos esas eran las palabras de un hombre bueno, un seguidor txuri urdin más, al que hoy, 25 años después, recordamos y homenajeamos con todavía mucha rabia en el cuerpo por lo sucedido.
Lo único que me queda es mandar una vez más un abrazo a su familia, a sus amigos y amigas y por supuesto a la Peña Izar, un grupo de valientes realistas que vivieron en sus propias carnes esta tragedia. Y que cada año suene más fuerte el grito de todos: «Aitor, Aitor, Aitor Zabaleta»…
Yo también me acuerdo cómo si fuera hoy, Pedro. Esa noche fue escalofriantemente eterna.